Una luz en el bosque

Una luz en el bosque

person using typewriter
Photo by Min An on Pexels.com

Escribir cuando nadie te lee

¿Hace cuánto que escribes? ¿Poco? ¿Mucho? ¿Ni siquiera te has atrevido? Te comprendo. Es un paso complicado, un acto de fe.

Yo llevo escribiendo desde que tenía dieciocho años. Fue el momento en que me di cuenta de que tenía una historia y de que podía escribirla. Era una lectora voraz, leía un libro tras otro, aumentando mi biblioteca con historias de terror, de misterio, policíacas, de fantasía, de ciencia ficción… de todo un poco. Aunque reconozco que el terror me puede, es mi debilidad. Y la ciencia ficción, porque es otro tipo de terror que adoro.

No sé tú, pero yo no empecé a escribir pensando en mis futuros lectores. Empecé a escribir porque sentía esa necesidad y con el tiempo me di cuenta de que escribía sin lectores que me leyeran y me pareció raro. Pero también dibujaba y nadie veía esos dibujos nunca. Y no dejaba de hacerlo. Tengo montones de dibujos en carpetas que nadie ha visto jamás. Muchos malísimos, pero algunos realmente buenos. Pienso en ponerme a dibujar y no me planteo que alguien lo vea, me gusta, me relaja, me aporta una paz difícil de explicar si no la has experimentado. Pero, apuesto, a que si escribes, sabes de lo que hablo. Es una sensación única. Cuando me pongo frente al teclado y paso un rato desarrollando una escena, de repente desaparezco del mundo y entro en ese que he creado. Puede sonar ridículo, pero a veces hasta me doy cuenta de que pongo caras mientras escribo, imitando las sensaciones de esos personajes que desarrollo. Yo misma me avergüenzo cuando soy consciente, pero eso muestra el grado de concentración y ensimismamiento que alcanzo mientras escribo.

Y supongo que tú, que escribes, lo has experimentado. ¿A que te gusta? ¿A que pasarías horas escribiendo sin parar? Muchas veces recuerdo aquella miniserie de Los Tommyknockers, inspirada en la novela de Stephen King. Envidio esa conexión con la máquina de escribir de la escritora protagonista y me pregunto qué podría hacer yo con algo así.

Pero volvamos al tema. Estaba intentando hacerte ver que escribir es un acto muy poco recompensado. Puedes brillar con una luz cegadora que nadie puede ignorar, pero resulta que te encuentras en medio de un bosque inmenso y esa luz es opacada por los cientos de árboles que te rodean. Brillas a toda potencia, pero nadie te ve. Pero aún así brillas. Y es triste, porque nadie puede verte.

Vivimos en un mundo tan inmenso que es muy difícil hacerte ver. Algunos tienen suerte, otros encuentran la forma, otros trabajan duro y lo logran. Pero, ¿qué pasa cuando ves brillar a tantos a tu alrededor y nadie te ve a ti?

Aquí empieza tu prueba. El punto de inflexión en tu desarrollo como autor. Escribes. Escribes muy bien. Y nadie lo sabe.

El dilema de escribir sabiendo que nadie te lee es un peso que muchos escritores cargamos, una realidad que duele pero que, al mismo tiempo, nos define. Si creamos para ser vistos, ¿qué ocurre cuando no lo somos? ¿Perdemos el sentido de lo que hacemos? ¿O por el contrario encontramos un refugio aún más profundo en nuestras historias? Porque escribir deja de ser para los demás y se convierte en algo esencialmente nuestro.

Piensa que estás en medio de un bosque inmenso donde brillas como un sol en la noche. Nadie te ve. Pero de repente un día pasa algo, tu luz atrae algunas polillas. No os ofendáis, polillas que me habéis visto, porque sois criaturas únicas que hacéis felices a muchas personas, a mí la primera. Y las polillas son criaturas preciosas que muchos no saben apreciar y que menosprecian, dejando a las mariposas el mejor lugar. Aparecen almas que te ven, que disfrutan de lo que haces. Serán pocas, a lo mejor no más de un par. Pero te verán y te harán saber que mereces ser visto. Y descubrirás que no se trata sólo de ti. El bosque no deja ver tu luz, pero estás ahí, brillando. Y si disfrutas escribiendo, no puedes apagarte.

Qué sabe nuestro Sol lo importante que es para todo un planeta. Imagina que decidiera dejar de brillar porque siente que nadie lo necesita ni lo ve. Nunca sabes hasta dónde puede llegar tu luz, así que brilla con toda tu fuerza hasta que te consumas.

Y aquí surge la pregunta esencial: ¿por qué seguimos? ¿Qué es lo que nos impulsa a escribir, incluso cuando parece que nadie está mirando? Quizás sea la certeza de que esta llama, esta luz, es nuestra. Que incluso en la oscuridad, brilla para nosotros. Porque escribir no es sólo un acto de comunicación; es un acto de autodefinición, de resistencia, de vida. Es un susurro a nosotros mismos: «Estoy aquí. Esto es lo que soy. Esto es lo que puedo dar».

Con el tiempo, notamos que nuestras historias mejoran. Que nuestras palabras se afilan, que las emociones se vuelven más auténticas. Que quienes logran encontrarnos, aunque sean pocos, lo notan. Y eso es un bálsamo. Pero, al final, el bosque sigue ahí. Nosotros seguimos escribiendo en la penumbra, conscientes de que quizá nunca saldremos del todo de este escondite. Y, aun así, seguimos. No porque esperemos que nos descubran, sino porque esa llama que llevamos dentro no se apaga. Porque necesitamos escribir para vivir.

Escribir es un acto de fe. Es creer que, aunque nadie escuche, nuestras palabras importan. Es confiar en que esta luz, aunque pequeña, tiene valor por el simple hecho de existir. Y, quizás, un día alguien la vea. Pero, incluso si eso no ocurre, nosotros seguiremos escribiendo, porque hemos entendido que lo importante no es que otros nos vean, sino que nunca dejemos de brillar.

Puede que tu sueño no sea sólo escribir, que quieras que te lean, fama, reconocimiento. Y eso está bien. Lucha por ese sueño. Las cosas se consiguen con trabajo. Sin olvidar la suerte. Pero lo que sí te digo es que la suerte sin trabajo no existe, no vale nada. Pero el trabajo sin suerte sí, así que, ya sabes, escribe, escribe sin parar, porque eso te da la vida y cada palabra que escribes es un escalón más hacia tu sueño, que te espera en algún lugar.

Si sientes que estás en medio de este bosque, recuerda: no estás solo. Hay muchas otras luces como la tuya, perdidas en la distancia, pero ardiendo con la misma fuerza. Y aunque no siempre nos veamos, sabemos que existimos. Y eso, quizás, es suficiente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *